viernes, 30 de diciembre de 2011

El significado (filosófico) del Año Nuevo

Si en Navidad se celebra la unidad entre lo trascendente (lo divino) y lo inmanente (el mundo), a través de la figura del Dios hecho hombre, en Año Nuevo se celebra algo parecido, si bien de menor enjundia ontológica (no por nada el rito del año nuevo es de una sacralidad más pagana que la Navidad).

En el Año Nuevo también se celebra algo trascendente y eterno: la propia estructura del tiempo, la raíz constante en todo cambio, el tema invariable de las anuales variaciones. Esa estructura es la teleología (la ley que todo lo explica en orden a fines), elemento ontológico cuya correspondencia psicológica es la voluntad o deseo: el eros o amor (imaginemos esas, entre míticas e históricas orgías de las antiguas celebraciones de año nuevo –que, por cierto, se celebraban en primavera, coincidiendo con la renovación del espíritu de la vegetación y la vida—, y del que los “cotillones” podrían ser una pálida sombra). Cada año, cada renovado giro del mundo, es una revitalización del mismo anhelo erótico: el deseo de plenitud, es decir, de unión con lo que nos falta, y, así, el triunfo sobre el tiempo y la muerte (sobre aquello que nos desune de nosotros mismos). Por eso nos empeñamos en renovar nuestros propósitos y fines. Todo ritual de año nuevo celebra el triunfo de la vida (el deseo) resucitada contra el mal sueño de la muerte y el sinsentido (la ausencia de fines). Cada Nochevieja celebramos la verdad de lo eterno (o lo eterno de la verdad) contra la mentira del tiempo. Y esa verdad consiste en la realidad de lo Idéntico y Uno (del anhelo de identidad o unión -es decir: del amor-), contra la apariencia de lo diferente y múltiple. No hay más (no) tiempo que el ahora de esa amada consecución del fin (lo de los años y la novedad es espejismo y novelería).

Así sea. O, mejor: así es.

¡Feliz Año Nuevo a todos!

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El significado (filosófico) de la Navidad


La Navidad es un cuento y un rito, pero como todos los cuentos y ritos, dice mucho más de lo que muestra a través de sus hermosas y emocionantes imágenes...

En el rito navideño se celebra la llegada al mundo del Salvador. En la teología cristiana, el Salvador es el Dios hecho carne. Jesucristo, el hijo de Dios, viene al mundo (en un portal --¿o es una caverna?--) para liberarnos de la falsedad, la maldad y la injusticia, es decir, para revelarnos la Verdad y hacernos Buenos y Justos. Jesús es el Príncipe de los cuentos, hijo del Rey-Padre, que viene a la gruta del monstruoso y deforme Dragón, a librar nuestras Almas (es decir, a nosotros, que somos la Princesa cautiva) de la oscuridad y el Mal en que se hallan (es decir, de este Mundo, que siempre ha andado fatal), y conducirnos así a nuestra verdadera Casa o Reino, junto al Padre, pues hijos de reyes (o de dioses) somos también nosotros.

Este mito (o estructura mítica) es más antiguo que el propio tiempo, pero ¿qué puede significar en el lenguaje de la filosofía? El Mesías o Príncipe salvador simboliza la forma trascendente (el espíritu o idea) materializada (“hecha carne”), es decir: la estructura racional del mundo bajo la cual éste resulta posible y adquiere sentido. También, en un sentido más dinámico (es decir: desde la perspectiva del hombre), simboliza la forma o idea en cuanto se expresa o materializa en el lenguaje, es decir: simboliza el “lógos”, la enunciación de la palabra o teoría verdadera, “hija” o reflejo de lo Real (como el Príncipe es hijo o reflejo de la Realeza). En ambos casos, el Mesías es aquello que viene a liberar nuestra alma (nuestra forma o ser verdadero) de la materia que aparenta ser (de la apariencia de realidad que es el tiempo y la mortalidad, de la apariencia de verdad que es la ignorancia, de la apariencia de justicia que es el gobierno de los hombres, etc.). Desde un punto de vista filosófico, Jesús (como cualquier otro Príncipe de cuento), es una personificación mítica de la  luz de la razón, es decir, de la Verdad. A esta Verdad que viene del Cielo (como la estrella que guía hacia Belén) para iluminar fugazmente la tierra, se subordinan todos los poderes terrenos (como los que, por ejemplo, aparecen retratados en los belenes caseros: la fuerza y los instintos –el buey, el asno-, la emotividad –la madre, virgen o pura de corazón-, la voluntad –el laborioso José- o la inteligencia –los magos de oriente--)…

La Natividad celebra la llegada o revelación de la Luz, el Beso del Príncipe que nos devuelve a la consciencia, y ese Beso y esa Luz son el Dios hecho hombre, y el hombre que puede hacerse Dios; en suma: la conmensurabilidad entre lo Divino y lo humano. Esta misma idea, dada en una forma más pura y abstracta, es la que cada día suponen el filósofo, o el hombre de ciencia, cuando buscan y desvelan la estructura que explica y devuelve el sentido a la realidad. Esta búsqueda supone la relación entre lo eterno de esa estructura racional (los principios racionales, las leyes de la naturaleza...) y la temporalidad del mundo a la que dicha estructura da forma. Sin suponer esta relación no hay posibilidad de verdad y de sentido. Y sin verdad y sentido no hay absolutamente nada (lo cual es obviamente falso y absurdo). Esto simbolizan la Navidad, y todos, todos los cuentos que se puedan contar: la identidad entre lo trascendente y este mundo (en el) que soñamos...

¡Así que: feliz navidad a todos!


miércoles, 21 de diciembre de 2011

¿Dónde está Finlandia?

Copio literalmente una entrada del blog vecino CAVERNISOFÍA, de mi colega JUAN ANTONIO NEGRETE, sobre la educación en Finlandia. No sé por qué dicen que las comparaciones son odiosas, con todo lo que uno puede aprender con ellas. Allá va:


Dicen que el mejor sistema educativo es el de Finlandia.

¡NO PUEDE SER,
porque:
-Los colegios no tienen vallas
-aprueba prácticamente todo el mundo (menos de un 1% de fracaso escolar)
-tienen descansos cada 45 minutos
-tienen muy pocas horas de clase
-una tercera parte de ellas son prácticas
-se toman las clases como un juego
-los alumnos se autoevalúan
-los profesores ¡creen en la pedagogía y se dedican a motivar al alumno!
-ningún alumno es "maleante" ni "vago"
-no se separa a los buenos y sabios de los malvados e ignorantes
-no existe prácticamente la enseñanza privada (un 1%, y es gratis),
-ser profesor es como ser aquí ser médico, está bien considerado y tiene un alto nivel de formación, tanto en su materia como en pedagogía (aunque no ganan más dinero que aquí)
-etc, etc
ES IMPOSIBLE QUE UN SISTEMA ASÍ SEA UN MODELO!










martes, 20 de diciembre de 2011

El universo es una biblioteca...

Discutiendo en clase acerca del problema de la realidad, alguien mencionó la extraña hipótesis de los "universos paralelos" o "mundos posibles", y recordé entonces este lúcido y fantástico cuento de Jorge Luis Borges. Se llama "La Biblioteca de Babel". Leyéndolo uno nunca sabe si está o no dentro del propio cuento. A ver que podéis sacar de él (si es que podéis salir, claro). Por cierto, podéis participar en una recreación de la biblioteca en http://www.matcuer.unam.mx/~aubin/babel/



La Biblioteca de Babel

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.




También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Aprender por disciplina o por entusiasmo?


Esta mañana encontré a algunos de mis alumnos de bachillerato afectados (por suerte, solo un poquito) por el resultado de sus evaluaciones. Apenas les pregunté, se inculparon en seguida de su "fracaso" (es decir, de sus malas notas). Se veían a sí mismos como vagos, sinvergüenzas, inútiles y/o tontos de remate. Según ellos mismos, "solo pensaban en divertirse, y les faltaba la voluntad y el espíritu de sacrificio necesario para ser buenos estudiantes". Ese era su propio diagnóstico (y lo decían con algo parecido a la convicción). Naturalmente, ese diagnóstico era copia exacta del que les habían comunicado sus profesores, y aún más exacta de lo que esos mismos profesores dijeron de ellos en la sesión de evaluación (en la que yo mismo estuve presente). 

Según mis compañeros (¡pedagogos profesionales!), el diagnóstico del fracaso (es decir, las malas notas) de sus alumnos se resume (invariablemente) en:
(a) La responsabilidad es al 100% del alumno (bueno, de vez en vez, se cotillea un poco de sus circunstancias, sobre todo si son morbosas). Y por supuesto nunca, NUNCA, del profesor, del planteamiento de la asignatura, del funcionamiento del instituto, o de otros mil elementos didácticos (que ni siquiera se tratan).
(b) Los alumnos suspendidos se dividen en dos categorías: (a) vagos, revoltosos, sinvergüenzas, faltones, etc.; (b) tontos, cortitos, incapaces, etc.

De otro lado, la "sofisticada estrategia didáctica" para resolver el problema se reduce, a su vez, a: 
(a) Cambiarlos de sitio para que no hablen (El principal problema, por supuesto, es que los alumnos...¡hablan! --algunos profesores se quejan, además, de que...¡preguntan, impidiendo que se avance!--; el alumno modelo es, pues, el que no abre la boca y solo habla cuando quiere el señor profesor...). 
(b) Hacer comprender a los vagos y revoltosos lo necesario de la disciplina, y que las clases y el estudio, como el trabajo, no tienen nada que ver con la diversión (Un profesor decía en la evaluación, con toda naturalidad, que "qué se habían creído sus alumnos, que a las clases no venía uno a divertirse y pasarlo bien" --sino, es de suponer, a sufrir, porque aprender, claro esta, es un suplicio, no una disposición natural de las personas...)
(c) Dejar a los tontos que por sí solos se estrellen y se retiren… Eso si son solo tontos. Los que además tienen problemas serios diagnosticados puede ser que, además, "tengan mucho rollo", como decía hoy una tutora a propósito de un alumno suyo, con un trastorno psiquiátrico grave (el argumento de la tutora era, por cierto, para emigrar a Finlandia: "es que el otro día --decía-- me llamó la atención por llegar tarde, ¡a mí!, qué descaro, a ese no le pasa nada, mucho rollo es lo que tiene, cuando sea mayor comerás huevos, le dije, claro, etc." ).

En fin. Afectado yo mismo al recordar toda esta sarta de estupideces (oídas una y otra vez, cada tres meses, desde hace muchos años), no pude ni quise evitar desahogarme con mis alumnos. Les dije (aunque la mayoría, por suerte, ya lo saben) que ni son inútiles, ni tontos. Y que justo por no ser tontos, se mostraban vagos hacia lo que no les interesa un pito. Les alabe la inteligencia por querer divertirse por encima de todo, y les tuve que confesar (sin ningún esfuerzo por mi parte) que yo también lo que he querido siempre, por encima de todo, es pasármelo BIEN.

Y me vi entonces en la gozosa obligación de contarles algo de mi vida. Tras narrarles mis múltiples “fracasos” en el bachillerato y mi “caótica” trayectoria como adolescente, les confesé aquella determinación que tomé un día, cuando tenía más o menos su edad, y que aún hoy mantengo. Qué TODOS LOS DÍAS FUERAN SÁBADO. Es decir: hacer cada minuto LO QUE QUISIERA, y no hacer nunca NADA POR OBLIGACIÓN, sino solo POR PURO ENTUSIASMO. Si vivir era otra cosa que eso, la vida no merecía la pena. Eso pensaba, y eso sigo pensando.

A continuación surgió una discusión acerca de qué significa “divertirse” o “pasarlo bien”. Algunos pensaban que divertirse era evadirse de los problemas, despreocuparse y vivir sensaciones. Otros pensábamos que divertirse era vivir a fondo la vida (con sus problemas), ocuparse de cosas interesantes, y no conformarse con las meras sensaciones…

Al hilo de esto, comentamos el caso de la protagonista de una película ("Precious") que los alumnos habían visto recientemente. Era una chica de clase muy baja, que había sufrido tanto en la vida que se sentía apenas un animal, y que cuando pudo estudiar (con la ayuda de una profesora algo diferente de muchos de los evaluadores que yo conozco) descubrió, sorprendida y entusiasmada, que el mundo que dolorosamente conocía era solo una ínfima parte del mundo que iba descubriendo cada vez que aprendía una palabra nueva... Moraleja: el que no sabe, donde hay una tiza solo ve una tiza. El que aprende y sabe, donde hay una tiza (o una cara, una palabra, una idea, o lo que sea) ve cien cosas, o mil, o un millón. Y así multiplica su vida por cien, por mil, o por un millón. Eso es VIVIR A TOPE. No hay más motivo que ese para no ser vago, es decir, para ENTUSIASMARSE por aprender.

Con esta historia acabó la clase. Me marché y dejé a mis alumnos que, por ser sabios y no dejarse afectar por tonterías, volvían a reír y alborotar como siempre, resistiéndose aún (antes de que se conviertan en algo parecido a sus profesores) a la estupidez CONTRA la que tienen (ellos solos, ay) que formarse cada día…

viernes, 2 de diciembre de 2011

Filósofos de la materia y filósofos de la forma.




Los filósofos han venido notando, desde hace tiempo, que a las cosas les pasa algo muy raro. Imaginaos, por ejemplo, una mesa. De un lado, la mesa es un objeto material, que ocupa un espacio, y que como todo lo material se puede dividir en partes; además, todas las partes de la mesa (sus átomos y partículas elementales) están moviéndose constantemente, por lo que la mesa entera está sujeta al tiempo (cambia, envejece cada día, etc.)… Ahora bien: si la mesa cambia toda ella a cada instante, ¿cómo es que la reconocemos, de un instante a otro, como la “misma” mesa? Raro, ¿no? Además, siempre la captamos como “una” mesa, como un “todo”, aunque en el fondo en ella no hay unidad ninguna: la mesa no es más que partes separables una y otra vez en otras partes. Para más confusión, resulta que, aun siendo un objeto espacial, la mesa sigue siendo ella misma aunque la cambiemos de sitio (como si el espacio no la afectara del todo)… ¡Madre mía con la mesa!... Los filósofos han intentado arreglar este problema suponiendo que las mesas (bueno, los objetos, y los animales y las personas y casi todo lo demás) tienen como dos lados o aspectos. De un lado son MATERIA (cuerpos extendidos en el espacio, divisibles, sujetos al cambio y al tiempo). Pero, de otro lado, parecen tener una FORMA o estructura que, a diferencia de la materia ha de ser INCORPÓREA, INDIVISIBLE, INVARIABLE Y ATEMPORAL. Sin esta forma, dicen, las cosas carecerían de identidad, no podrían ser “una mesa”, “Madrid”, “Juan Pérez”, ni nada…

Ahora bien. ¿Cómo va a existir algo –como la Forma— incorpóreo como un fantasma, carente de espacio y ajeno al tiempo, como si estuviera en otro mundo distinto al Universo físico?... Increíble, ¿no? Por eso, algunos filósofos niegan la existencia de la forma: las cosas (y las personas y todo lo demás) son únicamente materia. A estos filósofos se les llama materialistas (nosotros les llamaremos, con más precisión, INMANENTISTAS).
Sin embargo, a otros filósofos (bastante más raros) lo que les parece increíble es que exista la materia. ¿Cómo va a existir –dicen— algo divisible hasta el infinito y que está siempre cambiando? ¡No podría ser nada, se disolvería a cada instante! Por eso, a estos filósofos lo que les parece real es la forma. Les suelen llamar idealistas o platónicos (nosotros les llamaremos TRASCENDENTALISTAS)…



Entre estos dos extremos está todo el juego de la filosofía: los filósofos de la materia y los filósofos de la forma, los filósofos que defienden que la única realidad es esta Caverna (el Mundo que vemos), y los que defienden que la verdadera realidad está fuera de la Caverna, en un Mundo distinto al que ahora vemos… ¿Cuál de estos dos grupos estará menos loco?

Entradas por categorias

acoso escolar (1) alienación (6) alma (7) amor (24) Antropología y psicología filosóficas (92) Año nuevo (4) apariencia (1) arte (54) artículos ciencia (8) artículos ecología (19) artículos educación (142) artículos educación filosofía (58) artículos educación religiosa (3) artículos estética (28) artículos Extremadura (5) artículos libertad expresión (16) artículos nacionalismo (9) artículos parasofías (2) artículos política (185) artículos prensa (70) artículos sexismo (24) artículos sociedad (45) artículos temas filosóficos (26) artículos temas morales (126) artículos toros (3) Ateneo Cáceres (20) belleza (4) bioética (13) Blumenberg Hans (1) bulos (1) Byung-Chul Han (1) cambio (1) carnaval (6) carpe diem (1) ciencia y religión (11) cientifismo (5) cine (2) ciudadanía (6) conciencia (4) conferencias (4) Congresos (2) constructivismo social (1) consumo (2) Conversaciones con el daimon: tertulias parafilosóficas (2) Correo Extremadura (49) Cortazar Julio (1) cosmopolitismo (1) creativamente humano. (1) Cuentos filosóficos (21) curso 2017-2018 (1) Curso filosofia 2009-10 (1) Curso filosofia 2010-11 (47) Curso filosofía 2011-2012 (73) Debates en la radio (1) decrecimiento (3) Defensa de la Filosofía (38) deporte (5) derechos humanos (1) Descartes (1) Día mundial de la filosofía (2) diálogo (3) Diálogos en la Caverna (19) Didáctica de la Filosofía (7) dilemas morales (17) Diógenes (1) Dios (4) drogas (2) dualismo inmanentista (4) dualismo trascendentalista (1) ecología y derechos de los animales (29) economía (19) Educación (254) El País (3) El Periódico Extremadura (279) El Salto Extremadura (1) eldiario (31) emergentismo (2) emotivismo ético (2) empirismo (2) enigmas lógicos (4) entrevistas (3) envejecimiento (2) Epicuro (1) Epistemología (13) escepticismo (1) espacio (1) Estética (83) Etica (7) Ética (211) eurocentrismo (1) Europa (2) evaluación (1) Eventos (1) existencialismo (3) falacias (2) familia (2) fe y razón (7) felicidad (8) feminismo (32) fiesta (4) Filosofía (29) Filosofía de la historia (3) filosofía de la religión (13) Filosofía del derecho (3) Filosofía del lenguaje (7) filosofía fuera del aula (1) Filosofía para cavernícolas en la radio (15) Filosofía para cavernicolas. Radio. (1) Filosofía para niños (5) Filosofía política (285) Filosofía social (52) filosofía y ciencia (17) filosofía y patrimonio (1) filósofos (1) flamenco (3) Gastronomía (1) género (21) Hermeneútica (1) Hipatia de Alejandría (1) Historia de la filosofía (4) Historietas de la filosofía (2) horror (1) Hoy (2) Humano (1) Humano creativamente humano (4) Humor (7) idealismo subjetivo (2) ideas (3) identidad (4) ilustración (1) Imagen y concepto (6) inmigrantes (5) intelectualismo moral (5) inteligencia artificial (5) Introducción a la filosofía (30) Juan Antonio Negrete (5) justicia (7) Kant (4) laicismo (1) libertad (5) libertad de expresión (20) libros propios (3) literatura (1) Lógica (9) Los Simpsons (2) Marx y marxismo (3) matemáticas (4) materia y forma (5) materialismo (13) Medios de comunicación (495) memoria histórica (3) mente (7) metáfora (1) miedo (4) mito de la caverna (1) Mitos (11) modernidad (9) monismo inmanentista (10) monismo trascendentalista (2) movimiento (1) muerte (4) multiculturalismo (2) música (5) nacionalismo (22) natalidad (1) naturalismo ético (5) navidad (9) Nietzsche (2) nihilismo (2) nominalismo (1) ocio (1) olimpiadas (2) Ontología (46) orden (1) Paideia (2) pansiquismo (3) Paradoxa (1) Paradoxa. (1) parasofía (2) Parménides (2) PDFEX (10) pensamiento catedral (1) pensamiento crítico (6) Pensar Juntos (1) platonismo (16) podcasts (1) positivismo (1) postmodernidad (1) pragmatismo (2) Presocráticos (2) problema mente cerebro (6) prostitución (5) psicopolítica (14) publicidad (1) público-privado (1) racionalismo ético (3) rap (2) Red Española de Filosofía (1) relativismo (4) religión (26) respeto (1) Reuniones en el cavernocafé (28) Revista Ex+ (2) romanticismo (1) ruido (2) salud mental (1) Schopenhauer (1) Semana santa (3) sentido de la vida (6) sexismo (20) sexo (4) Sócrates (3) sofistas (2) soledad (1) solipsismo (1) Taller estética (6) Talleres filosofía (5) teatro (9) tecnología (14) Teología (7) terrorismo (5) tiempo (2) tolerancia (1) Trascendentalismo (6) turismo (3) utilitarismo ético (1) Vacío existencial (1) viajes (2) violencia (16)

Archivo del blog

Cuevas con pasadizo directo

Cavernícolas

Seguir en Facebook