domingo, 30 de diciembre de 2012

El significado (filosófico) del Año Nuevo.


Si en Navidad se celebra la unidad entre lo trascendente (lo divino) y lo inmanente (el mundo), a través de la figura del Dios hecho hombre, en Año Nuevo se celebra algo parecido, si bien de menor enjundia ontológica (no por nada el rito del año nuevo es de una sacralidad más pagana que la Navidad).

En el Año Nuevo también se celebra algo trascendente y eterno: la propia estructura del tiempo, la raíz constante en todo cambio, el tema invariable de las anuales variaciones. Esa estructura es la teleología (la ley que todo lo explica en orden a fines), elemento ontológico cuya correspondencia psicológica es la voluntad o deseo: el eros o amor (imaginemos esas, entre míticas e históricas orgías de las antiguas celebraciones de año nuevo –que, por cierto, se celebraban en primavera, coincidiendo con la renovación del espíritu de la vegetación y la vida—, y del que los “cotillones” podrían ser una pálida sombra). Cada año, cada renovado giro del mundo, es una revitalización del mismo anhelo erótico: el deseo de plenitud, es decir, de unión con lo que nos falta, y, así, el triunfo sobre el tiempo y la muerte (sobre aquello que nos desune de nosotros mismos). Por eso nos empeñamos en renovar nuestros propósitos y fines. Todo ritual de año nuevo celebra el triunfo de la vida (el deseo) resucitada contra el mal sueño de la muerte y el sinsentido (la ausencia de fines). 
Cada Nochevieja celebramos la verdad de lo eterno (o lo eterno de la verdad) contra la mentira del tiempo. Y esa verdad consiste en la realidad de lo Idéntico y Uno (del anhelo de identidad o unión -es decir: del amor-), contra la apariencia de lo diferente y múltiple. No hay más (no) tiempo que el "ahora" de esa amada consecución del fin (lo de los años y la novedad es espejismo y novelería).

Así sea. O, mejor: así es.


¡Feliz Año Nuevo a todos!

lunes, 24 de diciembre de 2012

El significado (filosófico) de la Navidad.


La Navidad es un cuento y un rito, pero como todos los cuentos y ritos, dice mucho más de lo que muestra a través de sus hermosas y emocionantes imágenes...

En el rito navideño se celebra la llegada al mundo del Salvador. En la teología cristiana el Salvador, Jesucristo, es el Dios hecho carne que viene al mundo (en un portal --¿o es una caverna?--) para liberarnos de la falsedad, la maldad y la injusticia, es decir, para revelarnos la Verdad y hacernos Buenos y Justos. Jesús es el como el Príncipe de los cuentos, hijo del Rey-Padre, que es enviado a la gruta del monstruoso y deforme Dragón (el Mundo), a librar nuestras Almas (es decir, a nosotros, que somos la Princesa cautiva) de la oscuridad y el Mal en que se hallan (el mundo siempre ha andado fatal), y conducirnos así a nuestra verdadera Casa o Reino, junto al Padre, pues hijos de reyes (o de dioses) somos también nosotros.

Este mito (o estructura mítica) es más antiguo que el propio tiempo, pero ¿qué puede significar en el lenguaje de la filosofía? El Mesías o Príncipe salvador simboliza la Forma trascendente (el Espíritu o Idea) materializada (“hecha carne”), es decir: la Estructura racional del mundo bajo la cual éste resulta posible y adquiere sentido. También, en un sentido más dinámico (es decir: desde la perspectiva del hombre), simboliza la Forma o Idea en cuanto se expresa o materializa en el Lenguaje, es decir: simboliza el “Logos”, la enunciación de la Palabra o Teoría verdadera, “hija” o reflejo de lo Real (como el Príncipe es hijo o reflejo de la Realeza). En ambos casos, el Mesías es aquello que viene a liberar nuestra Alma (nuestra forma o ser verdadero) de la materia que aparenta ser (de la apariencia de realidad que es el tiempo y la mortalidad, de la apariencia de verdad que es la ignorancia, de la apariencia de justicia que es el gobierno de los hombres...). Desde un punto de vista filosófico, Jesús (como cualquier otro Príncipe de cuento), es una personificación mítica de la  Luz de la razón, es decir, de la Verdad. A esta Verdad que viene del Cielo (como la estrella que guía hacia Belén) para iluminar fugazmente la tierra, se subordinan todos los poderes terrenos (como los que, por ejemplo, aparecen retratados en los belenes caseros: la Fuerza y los instintos –el buey, el asno-, la Emotividad –la madre, virgen o pura de corazón-, la Voluntad –el laborioso José- o la Inteligencia –los magos de oriente--)…

La Natividad celebra así la llegada o revelación de la Luz, el Beso del Príncipe que nos devuelve a la Consciencia. Este luminoso Beso representa, a la vez, al Dios hecho Hombre, y al Hombre que puede hacerse Dios; en suma: a la conmensurabilidad entre lo Divino y lo Humano. Esta misma idea, dada en una forma más pura y abstracta, es la que cada día suponen el filósofo, o el hombre de ciencia, cuando buscan y desvelan la Estructura que explica y descubre el Sentido de la realidad mundana. Esta búsqueda supone la relación entre lo Eterno de esa Estructura racional (los principios racionales, las leyes de la naturaleza...) y la Temporalidad del Mundo a la que dicha estructura da forma. Sin suponer esta relación no hay posibilidad alguna de verdad y de sentido. Y sin verdad y sentido no hay absolutamente nada (lo cual es obviamente falso y absurdo). Esto simbolizan la Navidad, y todos, todos los cuentos que se puedan contar: la Identidad entre lo Trascendente y este Mundo (en el) que soñamos...

¡Así que: feliz navidad a todos!


domingo, 9 de diciembre de 2012

El valor de la filosofía. O lo que no mide el informe P.I.S.A.


Algunos alumnos me confiesan, durante el curso o, más a menudo, después de él (a veces, al cabo de los años), que la asignatura de filosofía les despertó, en el bachillerato, a cuestiones antes impensables para ellos. Algunos me han llegado a decir (sin duda, exageradamente) que antes de dar clases de filosofía apenas habían “pensado de verdad” en nada. A muchos los he visto cambiar de creencias, sufrir crisis religiosas, tener discusiones inéditas con sus padres y amigos, en parte debidas (según ellos) a la filosofía. La inmensa mayoría de mis alumnos dicen salir de clase desorientados, pero también expectantes de que, en la próxima sesión, logremos profundizar y dar respuestas a las preguntas nuevas y radicales que han brotado en el aula. Digo “radicales” porque afectan a la raíz de la existencia de cada individuo. Pensar casi por primera vez en lo que es el mundo y uno mismo, en el sentido de la vida, en la razón de las propias creencias, en lo que de verdad es verdad y mentira, en el bien y el mal, en lo justo y lo injusto, sin prejuicios, más allá de los tópicos al uso… Todo eso representa una experiencia insustituible e inolvidable para muchos de mis alumnos. Incluso los que aún no llegan a apreciar estos asuntos (no todo el mundo madura a la misma velocidad), se quedan “tocados”, intuyen que algo muy importante se está cociendo en las clases, y aunque no lo entiendan, entienden que ahí hay mucho por entender. Y que en ese entenderlo está en juego su misma persona, su forma de estar en el mundo...



¡Pensar! En clase de filosofía (en los trabajos, en los ejercicios, en los exámenes de filosofía) hay que pensar. Gran parte de los alumnos que me llegan a primero e incluso a segundo de bachillerato (y doy a muchos, pues mi centro es de los más grandes) son supervivientes de la burocracia educativa. Apenas han tenido que pensar en nada. Al principio se incomodan por el cambio de costumbres. Están acostumbrados a memorizar contenidos y a resolver más o menos mecánicamente problemas de tipo académico. Pero no saben cómo “aprobar” filosofía. Vienen con un déficit de madurez (y no de habilidad) intelectual natural, pues muy pocas veces se les ha estimulado a pensar por sí mismos. La mayoría comienzan a hacerlo en filosofía por la sencilla razón de que en ella se tratan asuntos íntimamente ligados con su vida: el sentido de su existencia, la vida y la muerte, el valor de sus creencias, la forma de vivir, la relación con los demás  y con la sociedad, la libertad, el poder, la injusticia, el compromiso político, etc., etc.

Pero no solo es pensar. Del otro lado de la misma moneda está el diálogo: pensar con los demás. Los primeros diálogos en clase son, a veces, incontrolables. La primera noción que tienen muchos chicos de lo que es "debatir con los demás" proviene de lo que ven en algunos programas de televisión: gritar, interrumpirse, atacarse, afirmarse por encima de todo. Cuando al cabo de las semanas logramos construir un debate serio, profundo, respetuoso y fructífero se quedan sorprendidos: disfrutan de que los demás los oigan con respeto, se dejan llevar por los argumentos olvidándose de sí mismos, intuyen que es más enriquecedor y fructífero resolver los problemas verbalizándolos, hablando sobre ellos, convenciendo y dejándose convencer... Tras esa experiencia noto que continúan charlando entre sí tras la clase. A veces me cuentan que han seguido en casa, con sus padres, o que gracias a la discusión ha sido un poco menos aburrida la tarde con los colegas de la pandilla.


Se me ocurren mil cosas más para justificar las clases de filosofía. Al fin y al cabo somos seres racionales, vivimos (y, a veces, morimos) por ideas, y desarrollar esa condición y conocer las más grandes ideas que han parido o descubierto los filósofos bastaría para justificar con creces la relevancia de la asignatura. Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Marx o Nietzsche (entre otros) son los pilares de todo el pensamiento europeo (incluyendo en él a la teología cristiana o la ciencia). Hasta el positivismo antifilosófico actual no es más que una filosofía... Pero bastaría con lo dicho: desarrollar el hábito de pensar y de dialogar en los adolescentes; lograr que adquieran herramientas para gestionar su incipiente sentido de la identidad y de su posición frente al mundo y a los demás… ¿Hay algo con más valor instrumental y, a la par, algo más sustantivo para formar personas y ciudadanos?... 

Y sin embargo, así andamos, como otras veces, defendiendo lo obvio. El consuelo es que eso, argumentar y convencer de lo que, por tan evidente no se ve a veces, es tarea tradicional de la filosofía. Y también, me temo, el ir a contracorriente…



martes, 4 de diciembre de 2012

Adiós a la ética y a la historia de la filosofía en secundaria.



Visto lo visto en el nuevo borrador de la ley Wert de reforma de la educación secundaria, las consecuencias (caso de que el borrador, como es probable, se convierta en ley), en lo que respecta a la filosofía, son estas:

-   Dejará de existir la asignatura de Ética en la educación secundaria. Lo más parecido será la opción alternativa de “valores éticos" para aquellos que no den religión. Es decir: la educación obligatoria y universal para todos los futuros ciudadanos prescindirá, en general, de la reflexión sobre los valores (lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto...), sobre lo que uno debe o no debe hacer, sobre los problemas éticos (¡que no van a desaparecer por dejar de analizarlos en clase!), sobre el fundamento de la democracia, etc. Tan solo tendrán acceso a ese grado de formación los hijos de padres no católicos practicantes (habrán pensado que de alguna forma habrá que inculcarles unos mínimos principios a los hijos de esos descastados –aunque no sean dogmáticos, que le vamos a hacer—). El resto: religión, patria y familia. La ética del "como Dios manda". España volverá a ser la reserva espiritual de Occidente.

    Desaparece prácticamente la historia de la filosofía como asignatura troncal en bachillerato (queda como una optativa entre muchas otras, entre ellas… ¡Religión, faltaría más!). Los ciudadanos con un nivel de formación medio (y con aspiraciones universitarias, es decir, los futuros profesionales de alto rango, los futuros dirigentes, etc.) no tendrán la oportunidad, en general, de conocer las ideas que laten tras la historia de nuestra cultura (y tras lo que somos y hacemos): Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Nietzsche, etc., serán apenas más que sonidos exóticos para los oídos de la mayoría. Europa estará más cerca de estar muerta. Este estado de inopia profunda es ideal, por lo demás, para reciclarnos sin dolor en lo que nos tiene que parecer a estas alturas (o bajuras) inevitable: en trabajadores dóciles y embrutecidos, o en empresarios codiciosos y no menos ignorantes. Ideal para competir con los coreanos. Pensar demasiado es prescindible, resta eficacia.

    La filosofía, obviamente, no desaparecerá, pues los problemas filosóficos no se suprimen por decreto. Seguirán ahí, tras todas  las máscaras, intrigas y teatrillos con que se va construyendo y deconstruyendo la historia. Pero parece que ahora toca, de nuevo (o de “viejo”), el más burdo y bárbaro de los tiempos. El mundo será un poco peor, y nosotros un poco más ciegos.

Adjunto la respuesta de la Red Española de Filosofía al borrador
de la Lomce. Necesitamos una plataforma así (la R.E.F) desde la
que aunar esfuerzos.

Otros enlaces interesantes:
- Declaración de la filosofía española.
- ¿Qué pinta la Filosofía en la Educación de una Democracia?
- Lo prescindible. Del ser humano y las humanidades.

sábado, 1 de diciembre de 2012

¿Por qué no podemos decir lo que queramos? De la libertad de expresión y sus límites.


Aprovecho la estela que dejo la tertulia de ayer en Nunca Es Tarde Canal Extremadura para pensar en voz alta lo que se me ha venido a la cabeza más de una vez. ¿Qué es eso de los "límites" a la libertad de expresión? ¿Por qué hemos de tolerar ningún tipo de censura (o de autocensura) de lo que creemos y queremos públicamente expresar? ¿Qué es eso de las “líneas rojas” que, según decía uno de los tertulianos, no debe moralmente traspasar un medio de comunicación o, en general, cualquier persona, grupo o institución que haga públicas sus creencias, ideas, o cualquier tipo de mensaje? 

¿Por qué, por ejemplo, no se debe tolerar que un programa de televisión (como este, famoso y proscrito, de “la noria”) pague a alguien por explotar su valor mediático y simbólico (por ejemplo, por entrevistar a la madre de un famoso delincuente) para solaz y educación de la audiencia? O, en otros casos aún más importantes: ¿por qué no se debe tolerar (incluso, a veces, permitir legalmente) que se haga apología de ciertas creencias (como las que pretenden justificar la xenofobia, el terrorismo, el nazismo, el machismo, la homofobia, etc.)? 

Es cierto que hay casos y casos, y que convendría analizar cada uno de ellos. Pero creo que la cuestión de fondo que late bajo todos ellos es la misma. ¿Por qué ha de ser inmoral (o incluso estar prohibida) la manifestación pública de ciertos contenidos, creencias, símbolos o prácticas, una vez que no se incurre en ningún tipo de violencia directa (no se obliga a nadie a ir a un programa ni al espectador a verlo, ni se fuerza al que lee una página web nazi a hacerse nazi ni a ejercer la violencia que allí se enaltece)? Podemos también despachar el caso de la difamación (acusar sin pruebas visibles que todos puedan juzgar), o el de la propagación de mentiras con un fin injustificable, o la vulneración no consentida del (supuesto) derecho a la intimidad. Aceptemos todo esto (aunque da para muchos otros debates). Y también la protección de los menores, que en tanto aún no adecuadamente formados tienen prohibido el acceso a ciertos contenidos. Bueno. Tal vez. Pero en el caso de los ciudadanos adultos y en pleno ejercicio de sus derechos, ¿es tolerable que se les niegue el acceso a la información o a la libre expresión de sus creencias? ¿Por qué un productor no puede (o no debe) traer a su programa y pagar lo que quiera a quién le parezca que tiene interés para la audiencia? ¿Por qué un radical no puede defender en su página web el uso político de la violencia, o un nazi propagar prácticas antidemocráticas, o un ciudadano cualquiera proponer en las redes un asalto organizado al congreso? ¿Por qué hemos de considerar delito (o inmoralidad) incitar al delito (o a lo que nosotros nos parece inmoral)? ¿Es que no somos ciudadanos libres y maduros con la capacidad para enjuiciar por nosotros mismos la legalidad y moralidad de lo que se nos propone? 

En suma: ¿Qué suerte de paternalismo es este que pretende protegernos de “ver y oír” lo que no debemos… (No vaya a ser que nos contagiemos y acabemos delinquiendo o sucumbiendo a la tentación)? ¿Tan inseguros hemos de estar de nuestras convicciones como para que haga falta censurar aquello que pueda desarbolarlas? ¿No debería ser al contrario: que en una sociedad democrática madura, las convicciones morales que la sustentan (la tolerancia, la no discriminación, el respeto a la integridad física de los demás, su libertad de opción sexual, etc.) fueran constantemente puestas a prueba para aquilatar su firmeza? ¿No es la democracia el reino del diálogo en el que todo el mundo puede exponer sus creencias con los mejores argumentos que encuentre? 

Pues eso… ¿Por qué no podemos decir lo que queremos y, los demás, elegir si nos escuchan, juzgar lo que decimos como les parezca, y replicar lo que consideren oportuno con las mismas oportunidades y medios que nosotros? En una sociedad en la que el acceso a (casi) todo tipo de información es tan fácil, y en la que (esperemos que no sea una burbuja más) la posibilidad de expresar opiniones es tan accesible a todos, deberíamos aprovechar para cultivarnos en ese enriquecedor juego democrático que es el de probar a convencer y exponernos a ser convencidos por los demás. Sin censura previa, y sin que los gritos escandalizados de los abogados de lo incuestionablemente correcto nos impidan hablar...



Entradas por categorias

acoso escolar (1) alienación (6) alma (7) amor (24) Antropología y psicología filosóficas (92) Año nuevo (4) apariencia (1) arte (54) artículos ciencia (8) artículos ecología (19) artículos educación (142) artículos educación filosofía (58) artículos educación religiosa (3) artículos estética (28) artículos Extremadura (5) artículos libertad expresión (16) artículos nacionalismo (9) artículos parasofías (2) artículos política (185) artículos prensa (70) artículos sexismo (24) artículos sociedad (45) artículos temas filosóficos (26) artículos temas morales (126) artículos toros (3) Ateneo Cáceres (20) belleza (4) bioética (13) Blumenberg Hans (1) bulos (1) Byung-Chul Han (1) cambio (1) carnaval (6) carpe diem (1) ciencia y religión (11) cientifismo (5) cine (2) ciudadanía (6) conciencia (4) conferencias (4) Congresos (2) constructivismo social (1) consumo (2) Conversaciones con el daimon: tertulias parafilosóficas (2) Correo Extremadura (49) Cortazar Julio (1) cosmopolitismo (1) creativamente humano. (1) Cuentos filosóficos (21) curso 2017-2018 (1) Curso filosofia 2009-10 (1) Curso filosofia 2010-11 (47) Curso filosofía 2011-2012 (73) Debates en la radio (1) decrecimiento (3) Defensa de la Filosofía (38) deporte (5) derechos humanos (1) Descartes (1) Día mundial de la filosofía (2) diálogo (3) Diálogos en la Caverna (19) Didáctica de la Filosofía (7) dilemas morales (17) Diógenes (1) Dios (4) drogas (2) dualismo inmanentista (4) dualismo trascendentalista (1) ecología y derechos de los animales (29) economía (19) Educación (254) El País (3) El Periódico Extremadura (279) El Salto Extremadura (1) eldiario (31) emergentismo (2) emotivismo ético (2) empirismo (2) enigmas lógicos (4) entrevistas (3) envejecimiento (2) Epicuro (1) Epistemología (13) escepticismo (1) espacio (1) Estética (83) Etica (7) Ética (211) eurocentrismo (1) Europa (2) evaluación (1) Eventos (1) existencialismo (3) falacias (2) familia (2) fe y razón (7) felicidad (8) feminismo (32) fiesta (4) Filosofía (29) Filosofía de la historia (3) filosofía de la religión (13) Filosofía del derecho (3) Filosofía del lenguaje (7) filosofía fuera del aula (1) Filosofía para cavernícolas en la radio (15) Filosofía para cavernicolas. Radio. (1) Filosofía para niños (5) Filosofía política (285) Filosofía social (52) filosofía y ciencia (17) filosofía y patrimonio (1) filósofos (1) flamenco (3) Gastronomía (1) género (21) Hermeneútica (1) Hipatia de Alejandría (1) Historia de la filosofía (4) Historietas de la filosofía (2) horror (1) Hoy (2) Humano (1) Humano creativamente humano (4) Humor (7) idealismo subjetivo (2) ideas (3) identidad (4) ilustración (1) Imagen y concepto (6) inmigrantes (5) intelectualismo moral (5) inteligencia artificial (5) Introducción a la filosofía (30) Juan Antonio Negrete (5) justicia (7) Kant (4) laicismo (1) libertad (5) libertad de expresión (20) libros propios (3) literatura (1) Lógica (9) Los Simpsons (2) Marx y marxismo (3) matemáticas (4) materia y forma (5) materialismo (13) Medios de comunicación (495) memoria histórica (3) mente (7) metáfora (1) miedo (4) mito de la caverna (1) Mitos (11) modernidad (9) monismo inmanentista (10) monismo trascendentalista (2) movimiento (1) muerte (4) multiculturalismo (2) música (5) nacionalismo (22) natalidad (1) naturalismo ético (5) navidad (9) Nietzsche (2) nihilismo (2) nominalismo (1) ocio (1) olimpiadas (2) Ontología (46) orden (1) Paideia (2) pansiquismo (3) Paradoxa (1) Paradoxa. (1) parasofía (2) Parménides (2) PDFEX (10) pensamiento catedral (1) pensamiento crítico (6) Pensar Juntos (1) platonismo (16) podcasts (1) positivismo (1) postmodernidad (1) pragmatismo (2) Presocráticos (2) problema mente cerebro (6) prostitución (5) psicopolítica (14) publicidad (1) público-privado (1) racionalismo ético (3) rap (2) Red Española de Filosofía (1) relativismo (4) religión (26) respeto (1) Reuniones en el cavernocafé (28) Revista Ex+ (2) romanticismo (1) ruido (2) salud mental (1) Schopenhauer (1) Semana santa (3) sentido de la vida (6) sexismo (20) sexo (4) Sócrates (3) sofistas (2) soledad (1) solipsismo (1) Taller estética (6) Talleres filosofía (5) teatro (9) tecnología (14) Teología (7) terrorismo (5) tiempo (2) tolerancia (1) Trascendentalismo (6) turismo (3) utilitarismo ético (1) Vacío existencial (1) viajes (2) violencia (16)

Archivo del blog

Cuevas con pasadizo directo

Cavernícolas

Seguir en Facebook