domingo, 30 de noviembre de 2014

¿Por qué no van a existir los ángeles? Resumen de la tertulia sobre ciencia y religión.



¿Por qué no van a existir los ángeles? ¿Es el criterio científico de verdad superior al religioso? ¿Por qué? Con estas preguntas arrancó la tertulia del pasado viernes, a propósito del tema "Ciencia y religión", y que comenzó con la proyección de "Lisa, la escéptica", de Los Simpson. El debate se convirtió en seguida en un diálogo entre defensores y detractores de la capacidad de la ciencia para explicar el mundo. Recojo un poco con mis palabras los que me parecieron argumentos principales de unos y de otros, según los recuerdo. Caso de imprecisión, error u olvido no dejéis de comentarlo. No cito los nombres, por temor a equivocarme o a dejarme a alguien (la próxima vez procuraré apuntarlos). Gracias por venir a todos. Y especialmente a los propietarios y el personal del Metabar de Mérida, por su disponibilidad, amabilidad y apoyo. 

La ciencia representa un tipo de conocimiento superior porque "funciona". Explica el mundo en la medida en que es capaz de predecir lo que va a pasar, y en cuanto genera tecnología útil. 

Tal vez la ciencia explique cómo funciona una bombilla, pero no explica los por qué ni los para qué. No atiende a las cuestiones fundamentales: el origen y la finalidad del mundo, de la vida humana. Ni otras cuestiones importantes, como la de los valores. 

La ciencia explica perfectamente el origen de todo. En cuanto a la finalidad del mundo o la vida no la explica porque no hay tal finalidad. Esa presunta finalidad es resultado de una visión injustificadamente "antropomórfica" del mundo. Ni el mundo ni la vida humana tiene por qué tener ninguna finalidad. 

¿Entonces no tiene sentido preguntarse para qué estamos aquí? Por ejemplo, ¿para qué estamos en esta tertulia? Cuando se dice que la ciencia es válida porque "funciona", ¿esto no implica una noción finalista, un "para qué" son útiles las cosas?

No. No hay ningún sentido especial. Vivimos para vivir. Los animales no necesitan hacerse esas preguntas. Nosotros tenemos la maldición de pensar en ellas. Todas esas preguntas son un producto de nuestros cerebros. 

¿Sería mejor, entonces, "animalizarnos"? ¿Seríamos más felices si fuéramos más inconscientes? Sí, por ejemplo, pedimos una botella de whisky al camarero y comenzamos a beber hasta perder la consciencia.

(...)

¿Qué hay de eso que llamamos "información", lo que nos transmitimos unos a otros, o las ideas y los conceptos? ¿Son explicables por la ciencia?

Todo eso son fenómenos físicos, y cerebrales. Las ideas y conceptos son reacciones químicas en el cerebro. Recientemente se ha empezado a demostrar que las ideas pueden pasar de una mente a otra por medios estrictamente neurológicos.

(...)

Volvemos al tema de los orígenes y los fines. Tal vez la ciencia no encuentre oportuno explicar los fines (aunque no parece que se pueda explicar la conducta humana, como mínimo, sin finalidades), ¿pero es cierto, como se ha dicho, que puede explicar el origen del mundo? La teoría cosmológica estándar (el Big bang) afirma que todo (incluyendo el tiempo y el espacio) surgió de "nada". ¿Es esto una explicación?

La teoría del Big bang no está totalmente demostrada. La materia o la energía siempre han existido. Hay teorías que hablan de multiversos o infinitos universos paralelos. O de continuos comienzos y extinciones. 

¿Puede explicar la ciencia lo que es la energía?

La energía es la capacidad para realizar un trabajo.

¿Una creencia religiosa, en la medida en que hace que la gente haga cosas, es también energía?

(...)

Los fenómenos mentales, como el color rojo o el rostro que imagino, no se pueden observar en ningún escáner cerebral (el cerebro sigue siendo gris cuando imagino algo rojo). ¿"Dónde" ocurre ese "rojo" que imagino?

El cerebro no se pone rojo. Pero ese color es un producto, una proyección del cerebro. Todavía hay mucho que saber sobre el cerebro.

(...)

¿Qué hay de los valores: lo bueno, lo malo, lo justo...? ¿Puede la ciencia explicar tales cosas, como parece sugerir la sociobiología? ¿O la ciencia ha de ocuparse tan solo de hechos (de "lo que es", no de "lo que debe ser"?

Los valores son productos de cada sociedad y época. Son lo que se conviene como "adecuado".  Lo que la gente establece que se debe hacer.

Pero entonces todas las creencias morales (por ejemplo, las de los nazis, o las que justifican la esclavitud o el machismo) estarían justificadas, pues a la mayoría de la gente de tal o cual sociedad y época le parecían "buenas" o "adecuadas". 

La gente se va dando cuenta de que esas creencias (sobre la bondad del nazismo, la esclavitud, etc.) eran malas, y va progresando. Los valores de nuestra sociedad y época son mejores que las de sociedades y épocas pasadas. 

Pero, ¿desde qué perspectiva se puede afirmar que los valores "progresan"? Si los valores son productos de cada época y lugar, mi valoración de que "las sociedades progresan (van a "mejor")" solo tiene sentido en el contexto de mi sociedad y época. Para poder valorar que las sociedades progresan debería poder "salirme" de mi cultura y situarme por "encima" de todas, para valorarlas a todas, incluyendo a la mía...

(...)

¿Puede la ciencia explicar la identidad de las personas (o de cualquier cosa) desde el presupuesto de que no son más que cuerpos (y cerebros)? Si en el cuerpo de una persona todo está continuamente cambiando, nada es lo mismo de un momento a otro, ¿podrían ser las personas iguales a sí mismas (tener identidad) conforme pasara el tiempo? ¿Tiene sentido que las personas tengan nombre, identidad, d.n.i?

No. Todo está cambiando constantemente. Pero lentamente, por lo que no lo notamos y tenemos la ilusión de que las cosas y las personas son las mismas. La identidad no existe, es una ilusión. 

Pero entonces nada es nada. Ni siquiera "una" ilusión (que sea "una" implica identidad, unidad en los cambios). Como decía Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río, ni el río, ni el bañista son el mismo, nada es lo mismo que sí mismo dos instantes seguidos. Ni siquiera las leyes ni los conceptos de la ciencia. Las leyes del cambio o de la evolución tendría que cambiar también. Hasta el hecho de que todo cambia tendría también que cambiar...

Todo cambia menos que todo cambie. Y las leyes y conceptos científicos también cambian y evolucionan. 

¿Según qué ley (invariable) del cambio cambian las leyes?

Todo cambia, hasta las leyes. Toda identidad es ilusión del cerebro, de las neuronas. 

¿De qué neuronas? Si no hay nada con identidad (que sea lo que es), tampoco las neuronas son lo que son... Por otra parte, si todo es ilusión o representación mental, ¿por qué van a ser unas representaciones más válidas que otras? Por ejemplo, si alguien tiene representaciones mentales relativas a ángeles, ¿por qué no van a ser tan ciertas como las demás?

Porque unas son compartidas y otras no. El color de esa pared lo vemos todo. Los ángeles, no. Si vamos todos hacia esa pared nos chocamos todos, todos nos hacemos daño.

¿Todos? ¿Daño? ¿Por qué van a existir "todos" si nada tiene identidad? ¿No podrían ser también meras ilusiones nuestra percepción de que existen otras personas, o nuestra percepción del dolor?

¿Puede la ciencia demostrar que no existen dioses o ángeles? 

No. Pero eso no justifica que existan. No demostrar que no-X no es lo mismo que demostrar que X. La ciencia no funciona así, sino con teorías afirmativas, buscándoles defectos o errores, para confirmarlas o ensayar otras mejores. El que la ciencia tenga cosas sin explicar (aún) no justifica que esos "huecos" tengan que ser rellenados por la religión. 


Por aquí (creo) acabó la cosa. Se reconoció que había todavía mucho por discutir. Y que ni los defensores de la suficiencia de la ciencia, ni los más críticos con esta posibilidad, habían resuelto todas las cuestiones. Una de las promotoras, Elisa, afirmó que se había hablado mucho de ciencia, pero prácticamente nada de religión. Se propuso seguir otro día, o bien a través de comentarios en los blogs conversacionesconeldaimon.blogspot.com, o filosofiaparacavernicolas.blogspot.com . También que todos aquellos que quisieran proponer algún asunto para próximas tertulias, lo propusieran en alguno de esos dos blogs.




miércoles, 26 de noviembre de 2014

El conflicto entre religión y ciencia. A propósito de "Lisa, la escéptica", de Los Simpson.



El próximo viernes 28 de noviembre, y por iniciativa de algunos alumnos, comenzamos un nuevo ciclo de tertulias filosóficas, al que hemos denominado "Conversaciones con el daimon. Tertulias parafilosóficas". El tema de esta primera reunión va a ser el de la relación entre religión y ciencia. Para ilustrarlo hemos elegido un capítulo de Los Simpson: "Lisa, la escéptica", que proyectaremos antes de comenzar la tertulia. 

Para quien no lo conozca, "Lisa, la escéptica" narra el hallazgo en Springfield del supuesto esqueleto de un ángel. Esto provoca un enfrentamiento entre Lisa, que adopta una perspectiva científica y se niega a aceptar que se trate de ningún ángel, y el resto del pueblo, que cree a pie juntillas en la naturaleza sobrenatural del hallazgo. Al final, todos descubren que se trataba de una mera estratagema publicitaria para inaugurar unos grandes almacenes.     

Como es habitual en la serie, este capítulo es toda una invitación a la reflexión, además de un compendio de referencias críticas a conflictos, personajes y acontecimientos de la sociedad americana.



De entrada, la idea del capítulo parece estar inspirada en el famoso Juicio de Scopes, en Tennessee, durante 1925, en el que se condenó a un profesor de secundaria por saltarse la ley que prohibía enseñar la teoría de la evolución (por considerar que contradecía la doctrina bíblica de la creación). Parece ser que el profesor fue incitado por un empresario local convencido de que el juicio daría publicidad al pueblo. 

Ardides publicitarios aparte, el proceso de Scopes es solo un episodio de la polémica entre evolucionistas y creacionistas en U.S.A o, más en general, entre ciencia y religión, sobre todo cuando afecta a ciertos asuntos (como el del origen del hombre, la posibilidad de los milagros, etc.). ¿Son incompatibles la ciencia y la religión? ¿Puede un científico ser, además, una persona religiosa (o al revés)? ¿No tiene la ciencia algo de religión? ¿Es la religión algo totalmente irracional? ¿Se excluyen realmente la una a la otra? ¿Es mejor la vida del creyente que la del escéptico racionalista? ¿Hay algún modo de ser racionalista y creer en "ángeles"?

La verdad es que las posturas ante esta polémica no han variado apenas desde la Edad media, y son básicamente estas. La fideísta (no hay más verdad que la de la fe). La racionalista (la verdad es asunto de la razón, la religión es mito y superstición). La complementarista (fe y razón, religión y ciencia, se complementan la una a la otra). Y la dualista (fe y razón, religión y ciencia, son compatibles  en cuanto cada una se ocupa de asuntos absolutamente distintos)... 

En el capítulo que comentamos aparecen representadas todas estas posturas. Mientras que la mayoría de los habitantes de Springfield muestra un cierto “fideísmo” y anteponen la religión a la ciencia, incluso de forma fanática (queman los museos y los laboratorios), Lisa representa al racionalismo; para ella la religión es solo superstición e ignorancia. De otro lado, Marge Simpson representa una postura más moderada y conciliadora (“hay algo más que lo que vemos”). Y el juez Snyder, que ha decidido acabar con el “debate eterno entre ciencia y religión”, escoge la postura dualista (“que la religión guarde una distancia de 500 metros de la ciencia”). Esta última postura es, además, la que corresponde a nuestra modernidad, que se abre, precisamente, con el triunfo de la doctrina de la “doble verdad” en el siglo XIV (por parte, sobre todo, de teólogos anglosajones). Es también la postura del famoso y polémico científico Stephen Jay Gould, que aparece con su propia voz en el capítulo, y que es autor de libros como “Ciencia versus religión: un falso conflicto”, en los que expone su visión dualista del asunto. Según Gould, la ciencia se ocupa de describir hechos y de explicar cómo ocurren, mientras que la religión (o la filosofía y las humanidades, que Gould mete en el mismo saco) se ocupan de buscar el sentido último de las cosas y de los temas relacionados con los valores (la moral, la política, etc.).


Por supuesto, cada una de estas posturas plantea un sinfín de problemas, y cada una de ellas daría para un debate o tertulia por sí misma. Veamos.

En primer lugar, al fideísta le podríamos preguntar por la razón de su renuncia a la razón, y si su renuncia no es, también, una renuncia a la propia condición humana (¿no somos definidos como "seres racionales"?). En la mayoría de las religiones, querer saber demasiado es algo sospechoso, o incluso pecaminoso (como en el mito del pecado de Adán y Eva). Pero, ¿por qué? ¿No es precisamente el saber lo que nos diferencia de los animales y nos acerca a Dios? Tal vez. Y, sin embargo, la actitud religiosa parece a menudo contraria al saber. Como dice el reverendo Lovejoy: “hay cosas que no queremos saber, cosas importantes”. Y cuando Kent Brockman está retransmitiendo la quema de los museos de Springfield, dice: “los tecnócratas reciben clases de humildad”, como si querer saber fuese resultado de un exceso de soberbia. ¿Por qué es tan malo esto de saber? ¿Son acaso los tontos más felices (como parece sugerir aquel capítulo en que Homer decide volver a introducirse un lápiz en el cerebro para volver a ser bobo y... feliz)? ¿Es acaso mejor vivir como un niño, creyendo en mitos, que afrontar la fría y dura verdad de la ciencia, tan ajena a nuestros intereses, deseos o sueños? Tal vez, pero... ¿estaría en nuestra mano elegir entre verdad y felicidad? ¿Podríamos creernos una ilusión, por muy feliz que nos hiciera, sabiendo que no es más que ilusión?


La actitud racionalista, o más bien “cientifista”, de Lisa tiene también sus problemas. Esta claro que la ciencia no resuelve ninguno de los asuntos que realmente nos interesan: ¿cuál es el origen y la finalidad del universo?, ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué debemos hacer con ella? ¿Qué nos espera? ¿Cómo podemos hacer el mundo más justo?... Estas preguntas no admiten respuesta científica, solo filosófica o (para los que no creen que sea posible una respuesta racional) religiosa. De otro lado, la ciencia parece a veces un “gigante con pies de barro”. La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia no se pueden demostrar científicamente. La propia ciencia (con sus leyes, teoremas, conceptos...) no es un objeto observable por la propia ciencia. La validez de los “axiomas”, o del mismo método científico, o la creencia, en general, de que el mundo es algo racional que podemos comprender con nuestra razón, son, todas ellas, ideas que solo cabe afirmar desde una cierta profesión de “fe”. ¿Pues cómo sabemos, por ejemplo, que la propia razón no nos engaña (como decía Descartes, quien veía necesario creer en un dios bueno que impidiera la posibilidad de ese engaño)?... Así pues, ni la ciencia lo explica todo (ni, sobre todo, lo más importante de todo), ni sus explicaciones son (ni mucho menos) plenamente racionales. Y todo eso al precio, además, de “desencantarnos” el mundo, intentando robarle todo su “mágico” misterio, y dejándonos fuera de él, como a un niño que descubriera que no existen los magos o los duendes y que, además, él ya no es el centro de la casa. Como dice Flanders: “la ciencia es como un bocazas que nos cuenta el final de la película” (suponiendo, además, que se tratase de una película, es decir, que todo tuviese sentido y respondiese a un guión que pudiera desvelar la propia ciencia)... La relación, paradójica, de amor y odio por la ciencia está retratada varias veces en el episodio, por ejemplo, en la frase del tabernero Mou, cuando resulta herido quemando el museo de ciencia y manifiesta su deseo de que la ciencia le cure.

En cuanto a las posturas "complementaristas" los problemas son obvios. ¿Cómo pueden reconciliarse modos de acceso a la verdad tan distintos como la fe y la razón? ¿O no son, acaso tan distintos? Los teólogos cristianos de la Edad media se esforzaron por establecer lazos entre la fe y la razón, y construyeron un monumental edificio filosófico en el que las grandes cuestiones religiosas (empezando por la misma existencia de Dios) eran tratables tanto desde la fe como desde la razón. Sus argumentos han sido marginados, más por su aspecto oscuro y premoderno que por otra cosa, pero siguen ahí. Y podemos (y deberíamos) discutirlos. Una versión actual de algunos de esos argumentos es la llamada teoría del diseño inteligente, teoría que, sobre todo en USA, ha sido usada para reivindicar una especie de versión científica o racional de la doctrina religiosa de la creación.

Por último, la solución dualista (religión y ciencia han de seguir caminos separados), pese a ser la mayoritariamente aceptada, no es la menos problemática. ¿Es admisible una realidad dividida en dos: una parte racional (objeto de estudio de la ciencia), y otra irracional (sujeta al decreto religioso)? ¿Es adecuado dejar a la religión asuntos tan importantes como el del sentido de la vida o los valores morales? Y digo “dejar a la religión”, y no a la filosofía, porque el dualismo moderno se basa en la negación de una ciencia puramente racional ajena a los datos sensibles, como es la filosofía. Todo lo espiritual, por así decir, es irracional para el "espíritu" moderno. Así que solo queda la religión para ocuparse de aquello que “no se ve”...


Otros problemas que se pueden discutir a propósito de este capítulo podrían ser estos:

La crítica a la propia religión como institución. Por ejemplo, la visión de la religión como negocio (el santuario que crea Homer en el garaje de su casa), o como algo ligado a actitudes intolerantes y violentas (la detención arbitraria de Lisa, la quema de los museos...). También la visión oscurantista y tenebrosa de la religión (como la que se ofrece en el anuncio del apocalipsis: el miedo a Dios, la justicia entendida como venganza divina en el juicio final), o como algo propio de ignorantes (las burlas a la ignorancia de los vecinos de Springfield, que vienen a representar al americano medio, son constantes).


La crítica a la sociedad de consumo, en la que comprar parece algo tan alienante y embrutecedor como la propia religión (el nuevo opio del pueblo). Actitud debida en parte a la publicidad, que manipula, sin escrúpulo alguno, la credulidad y emotividad de la gente... Ahora bien, ¿no es lo que promete la publicidad lo mismo, en el fondo, que quiere la gente? ¿Hay acaso algo mejor y con más sentido que disfrutar de los objetos que consumimos y que llenan las estanterías de los centros comerciales? ¿No es eso el "cielo en la tierra"?... Tan solo Lisa, ese ser angelical (al menos para su madre), parece enviarnos (como si de un ángel real se tratara) una mensaje distinto...








lunes, 10 de noviembre de 2014

Vacío existencial.

¿Habrá algo más típico de un domingo que el VACÍO EXISTENCIAL? La encantadora Amaya Prieto nos hizo esta entrevista sobre el tema justo el domingo pasado, en su Viaje al Centro de la noche, de Radio Nacional, un programa que apuesta por la reflexión filosófica.


La noción de “vacío existencial” denota cierta idea de lo que es la condición humana, sobre todo, del hombre contemporáneo. Y más modestamente, un estado anímico y moral que se deriva de lo anterior.

El vacío existencial es lo que puede experimentar uno cuando es consciente de que su existencia está carente de objetivos, de ideales, de valores objetivos. Cuando no sabe por qué y para qué vive. Cuando experimenta su vida como algo absurdo y carente de sentido.

Esto es fruto del materialismo y el nihilismo contemporáneos. La tesis materialista es que la realidad es la materia, el universo físico que habitamos. Un universo que no tiene causa ni finalidad ninguna. Existe por que sí, y para nada. De hecho, el universo parece abocado a la destrucción. Y nosotros con él. La realidad es así: parece ser algo que aparece y desaparece sin más, sin ningún motivo ni fin aparente. La vida, igual. Los seres vivos son producidos por ese proceso azaroso que es la evolución, y de la misma manera que aparecen se acaban extinguiendo. Todo está sujeto al tiempo, incluso el propio tiempo. Nada es necesario ni imprescindible. Todo podría ser o no ser. Todo esto nos presenta la realidad entera como algo absurdo. Lo absurdo es lo que ocurre sin por qué ni para qué. Como se supone que somos parte de ese mundo, también nuestra propia vida parece absurda, gratuita. ¿Por qué estamos aquí? Por nada en especial, por un azar evolutivo. ¿Para qué? Para la nada, para la muerte. Todo se lo lleva el tiempo. Nada es relevante. Todo es pasajero. Esto incluye a los valores, los ideales, los propósitos. ¿Para qué empeñarse entonces en algo? ¿Para qué hacer proyectos a gran escala? ¿Para qué luchar por algún ideal? Todo lo que hagamos está condenado al olvido. Todo vuelve a la nada de la que partió. No hay nada por lo que merezca dar la vida. Solo hay eso, vida, pero vida insignificante, vacía. La frase de Nietzsche “Dios ha muerto” significa eso: ya no creemos en valores absolutos, en nada trascendente o eterno. Ninguna verdad es absoluta, ningún valor es absoluto u objetivo, no hay nada objetivamente mejor o peor. Da igual lo que hagas, te vas a morir igual, la muerte iguala todo, lo indiferencia y deforma todo. Así que, ¿para qué actuar? Sin Dios, el hombre se ha quedado solo frente a si, solo e insignificante, tiempo en el tiempo, como una estela en la mar, decía el poeta. Vacío. No hay nada que lo trascienda, que tire de él hacia arriba (no hay arriba ni abajo), que lo haga crecer y desarrollarse. ¿Hacia donde habría de crecer? No hay fin, meta, misión alguna para la vida.

Esta falta de sentido genera apatía, indiferencia moral. También bloqueo y angustia. Y, a veces, una especie de búsqueda desesperada de evasión, de inconsciencia, con objeto de no pensar (sentir, drogarse, entretenerse continuamente, ver la tele, irse de compras, estar siempre fuera de sí)... 

De otro lado, hay gente que se entrega a la religión, a las creencias mágicas, a las sectas, a la religiosidad new age (el ocultismo, las creencias esotéricas, las sabidurías orientales, las terapias psicológicas, la adoración de la naturaleza, etc.), en un intento de llenar su vida.

Para algunos filósofos existencialistas, el hombre debe asumir esta condición finita, trágica, absurda, con valor y consciencia, y eso es lo grandioso, lo heroico en el. Luchar como si la lucha tuviera sentido, sabiendo que no lo tiene. Apasionarse, aún sabiendo que esa pasión es inútil. Volver a cargar una y otra vez, heroicamente, la piedra de Sísifo. Tomarse la vida en serio, aun sabiendo que no es más que un juego que, visto desde fuera, no tiene ningún sentido...

Según Nietzsche, hay que asumir el absurdo, entregarse a él. La vida es un cuento lleno de ruido y furia contado por un idiota, decía Shakespeare. Y eso es lo que hay que valorar. No vivir en ilusiones ni mentiras. Si la vida es una locura, vivir locamente. Aprovechar que nada tiene sentido para inventarlo tu, para crear cada mañana tus propios valores, como un pequeño dios, afirmándote en tu poder creador, disfrutando de la vida irreflexivamente, como un niño.


Desde otra perspectiva, también muy filosófica (aunque empapada de sociología y psicología), el vacío existencial es producto no solo de la falta de Dios (valores, verdades, ideales trascendentes al tiempo), sino del triunfo de una cultura alienante y deshumanizadora, que nos vacía por dentro. La sociedad industrial, decía Marx, convierte al hombre en un mecano, un mero productor de mercancias que ni le van ni le vienen, que no expresan sus intereses, deseos ni necesidades. El hombre, dice Marx, es lo que hace, se realiza con el trabajo. Pero solo si el trabajo es expresión de si mismo. ¿Pero como va una cajera, el obrero de una cadena de montaje, etc., a expresarse a si mismo así? ¿Qué le puede importar a un ser humano hacer un tornillo detrás de otro? Como resultado no estás en lo que estás en tu trabajo, estas fuera de ti, en lo otro que tu, alienado, eres un alienígena, un extraño para ti mismo. Y en tu tiempo de ocio haces lo mismo: te enajenas, te sigues embruteciendo, buscas la inconsciencia, el entretenimiento, el consumo, que es también mecánico, rutinario, embrutecedor. Tanto el trabajo como el ocio te convierten en un ser pasivo, dirigido, incapaz de dirigir tu vida, de crear, de desarrollar y expresar tu individualidad. Te conviertes en un individuo homogéneo y, además, aislado. También las relaciones sociales son deshumanizantes, alienantes, sujetas al mercado, competitivas, mercantilizadas. Tanto tienes tanto vales. No importa lo que eres. Da igual que estés vacío por dentro. O mejor, no da igual. Es mejor, porque así resulta rentable la industria que se ocupa de llenar continuamente tu tiempo con entretenimiento...



miércoles, 8 de octubre de 2014

Diálogos en la Caverna. Un microespacio de filosofía en Radio Nacional de España.

Obra original de Marien Sauceda para Diálogos en la Caverna.
Desde hace unos meses hemos excavado una nueva cueva en este cavernoso laberinto. Se trata de DIÁLOGOS EN LA CAVERNA, el blog donde recopilamos los microprogramas de radio que realizamos Juan Antonio Negrete y yo para Radio Nacional de España, y para el que contamos con la colaboración de un montón de maravillosos actores. 



Si queréis escucharlos, en ese blog tenéis los enlaces y el texto completo de cada programa, para que podáis disfrutarlos (o padecerlos) a fondo. Por supuesto se admiten con las orejas abiertas todos los comentarios y críticas que queráis hacerles. 


Dibujo original de Marien Sauceda para Diálogos en la Caverna.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Criterios de evaluación y teorías de la justicia

Siempre los mismos problemas al volver al cole. ¡Establecer criterios de evaluación! ¿Cómo? ¿Cuáles? ¿Con qué criterio de criterios?... Preguntaré a mis alumnos. Pero claro, ya me imagino la discusión: ¿cuáles son los criterios “justos”? (Hasta los que quieren sobresaliente para todos quieren, también, que eso sea lo justo). Os pregunto a vosotros. Para animar, os presento algunas alternativas, presuntamente inspiradas en distintas teorías de la justicia...


1. No hay que evaluar ni juzgar nada. O, en todo caso, lo único que procede es la autoevaluación: cada uno establece, espontáneamente, lo que él cree que vale o merece, entendiendo por "valer" lo que el quiera (Anarquismo).

2. El profesor evalúa mejor a aquellos alumnos que, de una u otra manera, ellos o sus familias, más le puedan beneficiar (a él o a la institución para la que trabaja) ahora o en el futuro ("Realismo" crudo)

3. El profesor (o una computadora) evalúa en función de resultados objetivos de test, exámenes, etc., en los que se mida el logro individual de los objetivos programados (ponderables, a su vez, en vista a su eficacia para la integración de los alumnos en el mercado laboral.) (Liberalismo).

4. En función de (3), y añadiendo que el alumno se ajuste en sus actos a un cierto modelo de virtud incuestionable (modestia, discreción, respeto a los mayores, trabajo duro, decencia, cierta idea --normalmente religiosa-- de lo que es la realización humana...) (Liberal-conservadurismo).

5. En función de (3) siempre y cuando se compense la injusta situación de partida (por la que a unos alumnos “les toca” tener mejores familias, más medios, más talento natural, más capacidad de trabajo y fuerza de voluntad -como efecto de lo anterior-, etc.). Así, para garantizar la equidad, se darán más oportunidades y recursos (o bien puntos suplementarios) a alumnos con familias problemáticas, que sean pobres, con talentos mediocres o no desarrollados, con poca capacidad de trabajo, desmotivados, etc. (una especie de discriminación positiva). También se premiará a aquellos alumnos con suerte que dediquen su talento y voluntad para beneficio de los alumnos menos favorecidos (ayudándolos en sus tareas, etc.). (Liberalismo moderado/socialdemocracia)

6. En función de la capacidad del alumno para mimetizar un modelo de virtud totalmente cerrado e indiscutible (sagrado). (Ummas o comunidades religiosas)

6. En función del esfuerzo que hace cada alumno por superar sus limitaciones y de sus necesidades para completar su educación y realizarse como persona en el puesto más adecuado para todos, teniendo en cuenta que se ajuste a cierto modelo de virtud indiscutible (solidaridad, equidad, compromiso social, sacrificio individual en pos de fines colectivos e históricos, cierta idea de lo que es la realización humana...) (Socialismo, comunismo)

7. La evaluación es fundamentalmente tarea de cada alumno que, de manera oportuna (y con todos los recursos externos que quiera), clarifica y evalúa (justificadamente) la consecución de sus propios fines en relación con los objetivos de la materia y con las distintas circunstancias (incluyendo la competencia del profesor) que han condicionado su actividad. La pregunta que ha de responderse a si mismo es: ¿He logrado ser mejor lo que yo quiero ser, y en la medida en que he podido y me han permitido, gracias a esta asignatura?  (Autarquismo?)


Quino

sábado, 10 de mayo de 2014

¿De "donde viene" la inspiración del artista? Utopía de lo bello. Inmanencia y trascendencia en el arte. Una charla en el Ateneo de Madrid (Próximo sábado 10 de Mayo, a partir de las 18:00)

La caverna de Platón. Amable Sterling
¿Cuál es la verdadera naturaleza de la obra de arte? ¿Cuál es su cualidad más propia? ¿Es esta cualidad algo fugaz o intemporal? ¿Corpórea, psíquica o trascendente a ambas? Y en función de como sea: ¿cuál es la cualidad más característica del artista? ¿Es “rayo” de inspiración, o “transpiración” de trabajo y técnica? ¿(In)genio o posesión divina? ¿Locura dionisíaca o intuición apolínea?... De todo esto, y de todo lo que nos inspire, discutiremos hoy sábado 10 de mayo en el Ateneo de Madrid (sala La Cacharrería), a partir de las 18.00.    


martes, 7 de enero de 2014

El arte es... puro teatro. El sábado 11 de enero, charla sobre arte y teatro en el Ateneo de Madrid.

El próximo sábado 11 de enero charlaremos en el Ateneo de Madrid (a partir de las seis, sala La Cacharrería, entrada 1 euro) sobre el nunca caduco tema de si el arte moderno está caducado o no. ¿Qué diablos es el arte? ¿Cómo distinguir una obra artística de una majadería (o cualquier otra cosa)? ¿Por qué nadie entiende el arte moderno (empezando por los propios artistas)?... Para que la cosa sea sería, y no un vulgar happening, comenzaremos hablando de estética o filosofía del arte. Y para que no se nos vaya el santo al cielo (de las ideas puras), aplicaremos toda esa reflexión estética a un género artístico concreto: el teatro. La elección no es casual, pues la tesis que quiero defender es que el arte, sea cual sea, es siempre lo mismo: una (maravillosa) mascarada. Por eso, el título de la charla se llama así: "el arte es... puro teatro". Estáis todos invitados. Habrá música (el guitarrista Francisco Alcestis) y tertulia posterior. 

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